Notas de lectura sobre el libro El capital como poder

por Jacques Wajnsztejn

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Notas de lectura sobre el libro El capital como poder1


Algunas de las tesis del libro de Nitzan y Bichler son muy similares a las de Temps critiques, y hemos pensado que sería una buena idea examinarlas más de cerca.

En primer lugar, una crítica de la ley del valor…

Esto es bastante lógico, ya que ellos también se basan en el Castoriadis del período 1960-1965 (alias “Cardan”) para criticar el economicismo de Marx y su teoría del valor. Así pues, no volveré aquí sobre esta crítica, ya que las referencias en cuestión son bien conocidas, ya provengan de Castoriadis, de Nitzan-Bichler, de Temps critiques o de nuestro libro L’évanescence de la valeur. Sin embargo, tengo un problema con un punto de mi lectura de El capital como poder, que está vinculado a la cuestión del valor, y es el planteamiento de la cuestión del trabajo.

… que, sin embargo, no arroja ninguna luz sobre la cuestión del trabajo y la necesidad de criticarlo…

Nuestros dos autores desarrollan una posición inspirada en Castoriadis, a saber, aquella de la posible autonomía de las formas concretas de trabajo con respecto al trabajo abstracto. El primero permitiría el margen de maniobra necesario tanto para el buen funcionamiento de la empresa como para la salud psicológica e intelectual del trabajador2, mientras que el segundo sería una actividad social puramente indiferenciada en el capitalismo moderno. Pero, ¿qué hay de esto realmente? El punto de vista dominante en la sociología del trabajo, al menos en Francia, reconoce una tendencia a reducir progresiva o masivamente todo trabajo complejo a trabajo no cualificado o descualificado. Así lo demuestran, por ejemplo, los estudios de Braverman sobre la cuestión en Estados Unidos, estudios que han sido ampliamente retomados en Francia por sociólogos del trabajo como Freyssenet y Coriat.

Ante esta postura, ¿qué dicen Nitzan y Bichler?:

– En primer lugar, el «sistema» no puede funcionar con individuos que sean puros autómatas (contradicción entre pasividad y actividad, véase Chatel, op.cit, p. 26-30);

– En segundo lugar, el trabajo cualificado, y por tanto diferenciado, resiste con la artesanía y se desarrolla en el sector de las NTIC;

– En tercer lugar, la mayoría de los productos manufacturados contienen trabajo cualificado3. Esto justificaría, en el plano teórico, su crítica de la ley del valor, porque no todas las formas de trabajo concreto son asimilables al trabajo abstracto, ni todo el trabajo es descualificado, lo que significa que no podemos cuantificar valores que no tienen unidad de medida. Pero esto justificaría también, en el plano político, el mantenimiento de una perspectiva castoridiana de «gestión obrera», a condición de que este término se extienda al conjunto de los asalariados, sobre todo si se combina con la visión gorziana de un residuo incompresible de trabajo heterónomo a repartir entre todos.

Hay varias cosas que esta perspectiva no tiene en cuenta:

– En primer lugar, que la revolución del capital induce, por su propia dinámica, una revolución antropológica. Este trastorno del hombre como ser genérico ya había sido señalado por Pasolini en 19754, pero también antes, por el propio Castoriadis, aunque con otras palabras, cuando dijo que la dinámica del capital ha liquidado las viejas figuras arquetípicas (Weber) que condujeron a la madurez capitalista. Figuras como el funcionario weberiano, el empresario schumpeteriano… y el «buen trabajador» marxista o anarcosindicalista con el que se puede contar… para un después de la revolución5 son, pues, todas figuras obsoletas. Este trabajador, concebido según el modelo del obrero-artesano, no se encuentra en ninguna parte más que bajo apariencias degradadas pero populares como la del “fontanero polaco”6;

– En segundo lugar, esta perspectiva no tiene en cuenta que no se trata de restablecer la primacía del trabajo concreto, que no sería capitalista porque incluiría una parte irreductible de dominación… tratándose de una minoría de empleos altamente cualificados. Que existan prácticas singulares de trabajo no cambia en nada la naturaleza del trabajo en general, que es una forma alienada de la actividad genérica de las mujeres y los hombres. Prueba de ello son los numerosos cuadros directivos hoy despedidos o en situación de burn out.

Al privilegiar la crítica de la alienación del trabajador en la división directivos/ejecutantes frente a la de la explotación a través de la ley del valor, Castoriadis quiso resituar la política en una teoría que era efectivamente demasiado determinista y objetivista, pero este «avance» crítico se ve bloqueado por una visión antropológica del trabajo. Castoriadis critica la ley del valor, el «valor-trabajo», pero no el trabajo como valor7. Como este trabajo se realiza en la empresa, ésta se percibe como una especie de santuario que se autonomiza del capital, desde el momento en que el análisis crítico se centra en el trabajo y en la experiencia de la comunidad-de-trabajo. Esto le lleva a aislar el proceso de trabajo del proceso de producción, y a separar el polo trabajo del polo capital, como si este último fuera algo externo, algo añadido de lo que pudiéramos prescindir. El lugar de trabajo es el lugar de la «experiencia proletaria» vinculada tanto a la profesionalidad en el trabajo (una visión extremadamente fijada a su época, ya que el proceso de producción no ha dejado de suprimir los oficios y las cualificaciones y de cubrirlo todo con la vaga noción de competencias8 ) como a las luchas comunes en la fábrica. Desde este punto de vista, resulta difícil comprender la dinámica de la capitalización, que empuja a sustituir el trabajo cada vez más por capital fijo («lo muerto se apodera de lo vivo»), o bien hay que reconocer que el proceso de trabajo está incluido en algo que lo supera, es decir, un proceso de producción con todo lo que se deriva de él desde el punto de vista de las perspectivas: la gestión obrera (entendida en sentido amplio, porque la composición de los trabajadores se ha transformado) sólo sustituiría a la gestión capitalista, pero no aportaría ningún cambio en la naturaleza del «sistema”9. El trabajo seguiría prescrito por su posición dominada frente a la posición dominante del capital fijo y a una producción impuesta e inmutable que no se trata de «gestionar»; la fábrica siendo percibida como un territorio neutral que hay que conquistar10. Esta perspectiva parece débil comparada con la esbozada por los operaistas italianos de los Quaderni rossi en la misma época, con las tesis de Panzieri sobre la naturaleza capitalista de la revolución tecnológica en marcha. Sin embargo, los dos grupos mantuvieron relaciones a través de Danilo Montaldi, que participaba en Unità Proletaria en Cremona.

…porque la «experiencia proletaria» se ha vuelto negativa.

La perspectiva de Socialisme ou Barbarie sigue siendo la de la afirmación del trabajo, aunque el proletariado ya no sea la de la afirmación de una clase. La experiencia obrera fue ampliamente positivizada como base y contenido del socialismo venidero, aunque el término exacto utilizado en el N.11 de 1952 era «experiencia proletaria». Para SoB, no había diferencia entre la experiencia obrera y la experiencia proletaria, porque esta última sólo podía provenir de la primera, que era central en la perspectiva de la «construcción del socialismo «11. Ahora bien, aunque el lugar de trabajo bien puede ser un lugar de lucha, eso no lo convierte en el lugar de una comunidad de lucha. Es el lugar de una comunidad de trabajo que, por otra parte, vincula a directivos y jefes en una relación de dependencia recíproca. Pero cuando una comunidad de lucha se expresa en un alto nivel de antagonismo, es sólo en el surgimiento de una brecha con esta comunidad de trabajo, o cuando se realiza esta unidad, es porque también es el límite de la lucha.

Esto es lo que ocurrió durante la gran huelga de Lip (1973). Esta huelga fue notable porque coincidió con el final de una época en la que todavía se podía pensar en esa unidad y conseguirla. La fórmula «los Lip», mezcla de autodenominación e imposición mediática, resume a la vez la intensidad de la lucha fabril centrada en el trabajo y un terreno (la empresa) que se le escapa. Este desplazamiento no ha hecho más que intensificarse desde entonces con la reestructuración de los centros de producción, el desmantelamiento de las “fortalezas obreras», la puesta en red de las empresas, la deslocalización y la globalización.

La experiencia de la clase obrera se volvió negativa desde finales de los años sesenta y durante los setenta, como vimos, por ejemplo, en las luchas de los jóvenes trabajadores en Francia e Italia en particular. Ya existía una verdadera aversión a la experiencia de la fábrica y al trabajo en general, que es aún más frecuente hoy en día entre las generaciones más jóvenes de las capas populares, porque ya no pueden servir en un ejército industrial de reserva, por lo que no tardan en revestir los viejos ropajes de “las clases peligrosas”12.

Esta experiencia negativa se ve confirmada por los tipos de lucha que siguen estallando esporádicamente aquí y allá. Las huelgas desesperadas de principios de los años 2000 (Cellatex, Kronenbourg, Bertrand-Faure), o más recientemente en Continental, adoptan formas violentas o rompen con la tradición obrera porque reflejan no el rechazo de las malas condiciones de trabajo, de la explotación laboral a través de cadencias infernales, de las malas condiciones salariales, sino la expulsión de la mano de obra del proceso de producción. En este sentido, aunque sigan teniendo un carácter colectivo, ya no forman, en sentido estricto, comunidades de lucha, porque expresan ante todo el fin de toda comunidad en las condiciones de la sociedad capitalizada.

Por supuesto, estas condiciones de trabajo pueden seguir representando condiciones reales, pero eso ya no es lo que está en cuestión. Los asalariados experimentan directamente el proceso de inesencialización de la fuerza de trabajo en la valorización, la pérdida de centralidad del trabajo en la capitalización, la pérdida de centralidad del lugar estrictamente productivo en el sentido tradicional del término cuando, por ejemplo, se sorprenden de que una empresa con buenos indicadores de ganancias pueda cerrar sus puertas.

[Me gustaría detenerme un momento en la cuestión de la «experiencia proletaria». La noción tiene una historia extraña, y aunque es lógico hablar de ella como una de las tesis de SoB, fue sin embargo una fuente de conflicto dentro de la revista. Tiene su origen en Claude Lefort, para quien la clase no puede definirse de forma objetiva (la «clase en sí» de Marx, una categoría social para sociólogos) y menos aún de forma esencialista (la misión revolucionaria de la clase: «el proletariado es revolucionario o no es nada»). Para Lefort, la clase sólo puede ser revolucionaria a través de su práctica en el trabajo y, más ampliamente, a través de su relación con el mundo. La clase es, pues, un sujeto real que no necesita ni un programa definido de antemano ni una organización de vanguardia. Todo partirá, pues, de la «experiencia obrera».

Castoriadis (Chaulieu) se opuso a las tesis de Lefort de 1949 sobre la necesidad del partido revolucionario13. Posición que seguiría defendiendo en 1954 en su polémica con Pannekoek sobre la cuestión de los consejos obreros. Pero en aquella época, la posición de Lefort sobre la experiencia obrera seguía siendo fuerte porque su subjetivismo deviene objetivo en el desarrollo de la clase obrera como categoría del capital –cuando no en tanto que fuerza revolucionaria– y el proceso de producción seguía siendo clásico, caracterizado esencialmente por la extensión progresiva de la Oorganización Científica del Trabajo y del fordismo en los años 20 y 30; en cambio la posición de Chaulieu es completamente teórica y no va más allá de la petición de principio. No existía ningún partido revolucionario y, por otro lado, aún no había llegado su hora. La llegada de D. Mothé, obrero de Renault que participó en el periódico de fábrica Tribune ouvrière con otros de la corriente opositora a la línea sindical cegetista y estaliniana (Bois vinculado al grupo Barta de Voix ouvrière, que más tarde se convirtió en Lutte ouvrière), dio un nuevo impulso a la idea de experiencia obrera, pero no satisfizo del todo al grupo, que consideró oportuno crear el mensual Pouvoir ouvrier (1958), una especie de síntesis entre periódico de fábrica y revista política.

Aunque la idea de la experiencia obrera persistió al menos hasta la escisión de 1958 con la salida de la tendencia Lefort-Simon, luego pareció desaparecer… hasta que Castoriadis (Cardan) la retomó en su artículo «Le mouvement révolutionnaire sous le capitalisme moderne» (p. 52-53) en el nº 31 de 1961. En él afirma que la contradicción no es entre capital y trabajo, sino entre producción y trabajo, como si la producción no fuera capital. De hecho, su nueva posición se deriva de su abandono de la teoría del valor como análisis cuantitativo de la distribución de la riqueza. Así pues, la contradicción capital/trabajo puede superarse con el advenimiento de una sociedad de consumo que permita superar las crisis capitalistas sin crisis final. Por otra parte, la contradicción entre la dominación capitalista y la necesidad de esta última de utilizar el trabajo para sus propios fines sólo puede superarse mediante una revolución que conduzca a la gestión obrera, término que debería ampliarse para incluir a los técnicos y a los empleados, como demuestran los artículos de S. Chatel en los últimos números de la revista.

El redescubrimiento por parte de Castoriadis de una vieja idea puede parecer que garantiza la continuidad teórica, pero las condiciones han cambiado. El proceso de producción se ha transformado en parte, al igual que las categorías de obreras y el salariado también. La integración de la tecnociencia en el proceso de producción plantea la cuestión de su «recuperabilidad». El discurso de Castoriadis sigue siendo industrialista y progresista].

Sólo existe trabajo y utilidad para el capital

Volvamos ahora a nuestros dos autores y al libro El capital como poder.

Me parece que su posición está ligada a su definición unilateral del trabajo abstracto como trabajo fisiológico o trabajo en general que produciría valor de cambio (carga negativa) en oposición a un trabajo concreto (cualificado o no cualificado) que produciría valor de uso (carga positiva), olvidando así el segundo aspecto de la definición de Marx del trabajo abstracto, a saber, su carácter socializado específico en el trabajador colectivo del capitalismo.

Lo que no me parece que esté claramente situado es lo que Marx nombraba como trabajo fisiológico, es decir, un momento humano –a pesar de todo– en la alienación… que puede permitir superar e incluso abolir el trabajo como separación de la actividad humana y la dominación. Al quedarnos estancados en los valores de uso, llegamos a un callejón sin salida, porque la dominación real del capital14 ha vuelto obsoleta la distinción entre valor de uso y valor de cambio, y vanas las discusiones sobre la utilidad de tal o cual trabajo15.

Si el error de los marxistas –incluso de los «mejores»– es reducir el trabajo concreto al trabajo abstracto, no se trata simplemente de ir en la dirección contraria. El trabajo socializado por el capital es trabajo abstracto/concreto, y es esta doble naturaleza capitalista del trabajo la que permite comprender el proceso de abstracción del trabajo, es decir, una forma de socialización superior –por ejemplo en el General intellect— pero que escapa aún más a los trabajadores porque esta inteligencia colectiva se refugia en el capital fijo16.

Contrariamente a lo que piensan los neo-operaistas en torno a Negri, no basta con hacerse del mando del General intellect. Esta inteligencia colectiva no puede utilizarse tal cual. No es solamente el producto de una separación entre directivos y ejecutantes, es también el producto de la dominación de una relación social y política.

Un proceso de totalización del capital…

Nitzan y Bichler afirman también un proceso de totalización del capital que hace inadecuada la antigua división entre fracciones opuestas del capital. Un banco o un mercado financiero pueden retirar su confianza a una empresa, pero ¿cómo puede un holding retirar su confianza a las unidades de producción que supervisa? La totalización también deja obsoletas las distinciones entre capital nominal y capital ficticio, entre capital productivo/trabajo productivo, por un lado, y capital improductivo/trabajo improductivo, por otro.

Nitzan-Bichler también critican a Braudel y Castoriadis por su estricta distinción entre economía de mercado y capitalismo, como si ambos fueran antitéticos. Su crítica a Braudel (p. 564) coincide exactamente con la nuestra (véase Temps critiques N. 15, p. 15). Si bien el error de Braudel parece comprensible, considerando sus esfuerzos por sintetizar los momentos de la dinámica original del capitalismo en tres niveles, lo que lleva a compartimentar dichos niveles pues el periodo histórico estudiado se caracteriza por un desarrollo muy desigual de las

distintas zonas, sorprende en cambio leer a Castoriadis decir: “donde hay capitalismo, no hay mercado; y donde hay mercado, no puede haber capitalismo” (Quelle démocratie?, Seuil 1998, Carrefours du labyrinthe vol. VI) –sabiendo que Castoriadis habla de «capitalismo moderno» (el título de su artículo en el N.31 lo deja muy claro17).

… que tiene por objetivo la capitalización y la potencia

En este libro también se desarrolla un concepto importante, el de «capitalización»; un concepto que se preocupa menos por el origen del capital anidado en el trabajo, el valor o la ganancia, y más bien por un resultado y un objetivo: los flujos financieros. La capitalización es la capacidad de un «sistema» para transformar todo en flujos financieros o monetarios.

Marx ya decía: “constituir capital ficticio, eso se llama capitalizar. Toda renta legal es capitalizada calculándola según el tipo medio de interés, como la renta que obtendría el capital prestado a ese tipo” (Œuvres, Gallimard, vol II, p. 1755). Nitzan y Bichler muestran claramente cómo, a partir de aquí, Marx plantea la cuestión de la posibilidad de un capital que crezca por sí mismo (ibid, pp. 1965 y 1973-74) y, finalmente, cómo se plantea una cuestión fundamental para comprender la crisis actual: ¿es esta plétora de capital (capital a interés y capital-dinero) una forma particular de plantear la crisis de sobreproducción industrial (me parece que ésta es la posición que defiende actualmente el economista marxista F. Chesnais) o, conjuntamente a ella, es más bien un fenómeno particular? (ibid., p.1761).

Marx no da ninguna respuesta. Nitzan, Bichler y yo mismo nos inclinamos por la segunda posibilidad, pero sin contraponerla a la primera, ya que la noción misma de sobreproducción en el sentido clásico ya no parece válida ni en el contexto de lo que nuestros autores llaman «capitalización diferencial», que lleva a las grandes empresas a auto-controlarse al no explotar todas sus capacidades, ni en el contexto de lo que yo llamo una situación

de «reproducción estrecha».

Dos ejemplos de esta «reproducción estrecha»: en primer lugar, el modo de crecimiento mediante fusiones y adquisiciones, que se ha convertido en dominante frente al crecimiento mediante inversiones y nuevos capitales; en segundo lugar, el lado – ciertamente fundamental a corto plazo, pero periférico a largo plazo– de las nuevas innovaciones, en particular en las NTIC. Los aumentos de productividad resultantes son insignificantes en comparación con los de la segunda revolución industrial. El primer punto lo desarrollan ampliamente Nitzan-Bichler, el segundo Riccardo d’Este en su artículo «Quelque chose: quelques thèses sur la société capitaliste néo- moderne» [Algo: algunas tesis sobre la sociedad capitalista neomoderna] en Temps critiques N. 8 (1995), reeditado en el vol. 1 de la antología de la revista (L’individu et la communauté humaine), y que puede consultarse en nuestra página web.

Otro obstáculo a la tendencia a la superproducción es el mayor desarrollo del sector de bienes de consumo en comparación con el sector de bienes de producción. Este es un punto desarrollado por Loren Goldner (véase el diálogo con él sobre la crisis y el capital ficticio en nuestro nº 15, pp. 65-74).

Un último fenómeno que también se opone a la reproducción ampliada es el poderoso flujo de liquidez procedente de los países emergentes (véase mi artículo del nº 15: «El curso caótico del capital», pp. 94-95), que corresponde a la plétora (o sobreacumulación) de capital remunerado y de capital-dinero de la que hablaba Marx. La reproducción ampliada exigiría que estas sumas se transformaran en inversiones tradicionales, mientras que se utilizan para pagar deudas (las deudas americanas, por ejemplo) o para financiar proyectos suntuarios. Reproducción estrecha, volvemos a decirlo.

«Esta capitalización no está conectada con la realidad, es la realidad» (p.313), escriben los dos autores. Esto enlaza con nuestra noción de «sociedad capitalizada». Sin embargo, veo una diferencia de enfoque en el hecho de que basan la capitalización, definida como la capacidad del capital para transformarlo todo en flujos financieros, en un técnica contable conocida como «la actualización». Ella responde al principio según el cual la capitalización debe basarse en la búsqueda de nuevos ingresos potenciales, más que en un cálculo de los costes «reales «18. Esto permite que, a su vez, se produzca el proceso de captura de riquezas. Por el contrario, mi punto de partida es el proceso de dominación que permite la captura de riqueza, y que ha encontrado sus técnicas apropiadas a lo largo de la historia del capital: ayer la nota de crédito y el préstamo real, el capital ficticio de las primeras sociedades anónimas, hoy los efectos de palanca del crédito, los hedge funds, las sociedades de capital de riesgo y los derivados.

… a través del nuevo papel del Estado

La posición de Nitzan-Bichler sobre la relación entre el capital y el Estado también es cercana a la nuestra, ya que plantean la idea de un «Estado del capital», que se opone tanto a la visión liberal de una oposición entre el capital (máxima libertad) y el Estado (mínima) como a la visión marxista de la complementariedad y, en última instancia, de la sumisión del Estado al capital (el Estado del capital).

Por mi parte, prefiero hablar de una «inherencia» entre el capital y el Estado moderno. Un matiz, sin embargo: cuando los dos autores hablan del Estado, tenemos la impresión de que se trata de un Estado intemporal. Sus formas y su papel no se especifican ni se distinguen. Es cierto que podemos suponer que se refieren al Estado en su forma moderna de los siglos XVI al XVII, es decir, el periodo analizado también por Braudel, pero existen grandes diferencias entre esos pioneros aventureros del capital que son las ciudades-Estado de la época, abiertas al exterior, y la captación de los grandes Estados-nación que les sucedieron, con una producción masiva dirigida a los mercados que no impidió, sin embargo, el imperialismo, y finalmente los Estados actuales estructurados en redes globalizadas. Si bien todas estas formas han acompañado el desarrollo del capital, no todas están en la misma relación con él.

Hemos visto las similitudes entre nuestros dos autores, pero también hay diferentes interpretaciones y oposiciones entre ellos y nosotros:

a) Tienden a ver el capital sólo desde dos ángulos:

Representación simbólica del poder por un lado, megamáquina social por otro, mientras que opera también mediante la acumulación de mercancías, que constituye una forma de relación social entre el capital y el trabajo, y que se despliega como la «civilización material» (Braudel) de los individuos de la sociedad capitalizada.

Si hay representación simbólica, ésta parece estar más centrada en la noción de «valor» que en la de «capital», gracias a la polisemia del primer término. Este olvido de la relación social nos parece tanto más inquietante en cuanto que vuelve difícil ver cómo se ejerce esta dinámica del capital y cómo operan las relaciones de fuerza que actúan en su seno. El capital aparece como puro poder de dominación y no como una relación de dependencia recíproca entre clases, grupos e individuos. Los individuos no sólo son activos/pasivos en el trabajo, son activos/pasivos en todas sus actos en el seno de la sociedad capitalizada. Esto es lo que permite entender la dominación como algo distinto de la sumisión disciplinaria o bien de la sumisión voluntaria.

b) No se percibe cuál es su posicionamiento político.

Los autores hablan de la «lógica política» del capital, refiriéndose a Marx, pero no queda claro desde qué punto de vista político están hablando. Este problema se plantea con frecuencia cuando se insiste en la noción de clase dominante… y que no se dice nada sobre la relación entre dominantes y dominados… o sobre las luchas. Puede haber algo de Castoriadis en ellos, pero un Castoriadis “des-militantizado”19.

Esta noción de «clase dominante» tampoco se distingue claramente de otra noción que utilizan, la de «capital dominante». Éste es visto como constituido por las grandes empresas, los gobiernos, ciertas instituciones internacionales, lo que algunos autores llaman hipercapitalismo (Dockès, Attali) o capitalismo de cumbre (Braudel) y que hemos caracterizado como nivel 1 de la sociedad capitalizada. Pero es precisamente este nivel el que no corresponde a una clase ni a una visión estratégica unificada, aunque se expresen conceptos comunes como «gobernanza» o «desarrollo sostenible». Al fin y al cabo, es muy difícil incluir en la misma clase a un oligarca ruso, a un alto cargo del PC chino, a un dirigente de la FED o del FMI, al Barón Seillière, a Bill Gates, al Bundesbank, a F. Chérèque y N. Notat ¡y a las grandes ONG!20

Su crítica (a menudo justa) de ciertas bases de la crítica marxista de la economía política parece apoyarse en elementos poco convincentes, a saber, la teoría de la posibilidad de refutación de K. Popper21 y lleva a nuestros autores a privilegiar lo que es cuantificable (el precio) mientras que están realizando, sin embargo, la crítica las concepciones cuantitativas y sustanciales del valor. Me parece que hay aquí una influencia no asumida de la escuela neoclásica y sobre todo del funcionamiento actual de la ciencia económica anglosajona dominante22.

El hecho de que hoy nos centremos en el análisis de precios no se debe principalmente a que los precios sean calculables. y «verdaderos», sino porque son un medio de quitar el velo del valor y, por tanto, de ser un arma para las luchas.

c) Esta falta de posicionamiento político claro me parece fruto de una confusión.

Aunque hablan de la unificación del capital y de la imposibilidad de mantener campos estrictamente delimitados entre fracciones del capital, su insistencia en la noción de «propiedad ausente», tomada de T. Veblen, los lleva a concebir una oposición entre esos propietarios ausentes (fondos de pensiones, accionistas, inversores institucionales, beneficiarios de stock options) y los directivos gerenciales, organizando los primeros, en última instancia, un sabotaje industrial –también en este caso la idea está tomada de Veblen… y pertenece, por tanto, a una época completamente distinta, que nuestros autores a veces parecen olvidar– para aumentar no una acumulación y un crecimiento generales, sino una capitalización diferencial (cf. p. 394). Por lo tanto, no estamos muy lejos de encontrar nuevamente una oposición entre productores de riqueza, por un lado, y un poder reducido al poder de captura de las finanzas, por otro; lo que, sin embargo, no parece corresponder a la posición general de los autores.

 

Jacques Wajnsztejn

 

Notas

 

1 – J. Nitzan y S. Bichler, Capital as power, Routledge, 2009. (ed. es.: El capital como poder. Bichler and Nizan Archives, Jerusalem y Montreal, 2018 [PDF: https://bnarchives.yorku.ca/541/2/2018_bn_el_capital_como_poder.pdf]).

2 – Fue un punto importante en la nueva orientación de la revista tras la ruptura con Pouvoir Ouvrier. Véase el artículo de S. Chatel: «Hiérarchie et gestion collective», N.38, pp. 26-43 (1964)

3 – Ya he tenido esta discusión con Claude O. y Daniel S-J en el seno de la red Soubis. La dificultad reside en el método: ¿tenemos en cuenta o no las proporciones, hablamos en términos de tendencias, etc.?.

4 – Véase Escritos corsarios (Galaxia Gutemberg) y Cartas luterianas (Trotta).

5 – No se trata de negar el placer que puede producir la pasión por el trabajo altamente cualificado o el placer del trabajo bien hecho en general. Pero la búsqueda de un «buen trabajador» para el futuro posrevolucionario suena a ideología, una ideología obrerista sin duda, pero una ideología al fin y al cabo. Y en cualquier caso, reserva muchos reveses a sus partidarios. Michael Seidman ofrece un ejemplo histórico edificante en su libro Obreros contra el trabajo, Barcelona y Paris bajo el Frente popular (Pepitas de calabaza)

6N. de Tr.: figura popularizada en Francia en torno a los debates sobre el Tratado Constitucional Europeo, que cristalizaba los temores respecto a un dumping social: trabajadores performativos cuya fuerza de trabajo se vende, en un contexto de mundialización, a un menor precio (ingenieros indios, camioneros rumanos, etc.)

7 – Esta postura está bien resumida en el artículo de Chatel citado anteriormente, p. 37.

8 – No niego que siga habiendo profesiones y cualificaciones especializadas; sólo intento extraer la idea general.

9 – Daniel Mothé llevó esta lógica al límite, primero como trabajador de Renault, luego como responsable de la CFDT [confederación sindical “alternativa” a la CGT, primero abierta a corrientes autogestionarias, luego al compromiso social-liberal] y finalmente como miembro de comité de empresa.

10 – ¿Se trata de una influencia lejana de Trotsky, que creía que el ejército blanco podía volverse rojo?

11 – Esto es muy diferente de la perspectiva de Tronti que, en Obreros y capital (1967), hace del carácter proletario y del asalariado el centro, en relación con el trabajo donde el asalariado sólo puede reducirse a una fracción del capital, al «capital variable».

12 – Sobre esta experiencia obrera negativa, véase Après la révolution du capital, p. 224-225 y nota 125. Cf. también «Jeunes en rébellion» en Temps critiques N.13. Era esta juventud en rebelión cuyo potencial contenido subversivo conocían bien el SoB y la IS desde principios de los años sesenta.

13 – El debate tuvo lugar en el N.10 de Socialisme ou Barbarie en 1952 bajo el título: «El proletariado y el problema de la dirección revolucionaria». Hay que señalar que este debate está sesgado por el hecho de que no aborda este punto preciso de la experiencia proletaria, sino la cuestión de la organización y, secundariamente, la de la conciencia.

14 – Para una definición de la dominación formal y real del capital, véase Marx, Sexto capítulo inédito de El Capital, y para nuestra interpretación simplificada y resumida, véase Tiempos Críticos N.15, nota 71, p. 49.

15 – Esta discusión sobre la utilidad es un remanido que se ha convertido en tema de debate, al estilo «bar de Manolo», en el que se hacen todo tipo de juicios sobre la realidad del trabajo de los demás y su “utilidad”. Se trata de un viejo vestigio de la ideología del trabajo, y más concretamente del trabajo productivo, pero hoy en día no existe otra utilidad que la del capital, ya sea expresada desde el punto de vista de la oferta (poder de capitalización) o de la demanda (capacidad de consumo y de distinción).

16 – Esto es menos sencillo en el caso de las NTIC, donde es difícil distinguir entre obra muerta y obra viva, entre productor y consumidor. ¿Qué es el software, por ejemplo? Es una combinación de ambos: hard y soft.

17 – Sobre la relación entre la «economía de mercado» y el capitalismo, véase mi artículo «L’économie de marché ne représente pas une nouvelle formation sociale» (Noir et Rouge nº 30, 1993) y para una versión más completa véase L’individu et la communauté humaine, vol I Anthologies de Temps critiques, L’Harmattan, 1998, pp. 320-331. Este texto no se encuentra en el sitio, y de hecho debería retomarlo, integrándolo en mis últimos desarrollos publicados en Après la révolution du capital (L’Harmattan, 2007) y en los números 15 y 16 de la revista.

18 – Un ejemplo de “técnica de actualización” puede verse en los balances de los bancos. Cuando un banco presta dinero a una empresa, consigna el importe del préstamo como activo, mientras que en toda lógica económica la suma debería aparecer como pasivo. Lo que el banco tiene en cuenta aquí son sólo sus ingresos futuros. Todo esto fue teorizado por Irving Fisher a principios del siglo XX, pero semejante herejía trastornó demasiado los dogmas económicos entonces vigentes como para que fuera reconocida inmediatamente como uno de los fundamentos de la nueva dinámica de dominación real del capital.

19 – En cualquier caso, las relaciones de poder, los conflictos y las luchas están ausentes de este libro tan académico.

20 – Lo que llamamos Nivel 1 reúne a un conjunto de centros de poder con intereses a veces muy divergentes, aunque muchos de sus dirigentes estén formados a partir del mismo molde. Paul Jorion, en su última columna de Le Monde del 9/10/2012, señala tres ejemplos recientes de estos intereses divergentes: un tribunal de Washington invalidó una medida adoptada por la comisión estadounidense de supervisión del mercado de derivados para evitar una exposición excesiva al riesgo; el organismo mundial que federa a los reguladores nacionales de los precios de las materias primas tuvo que dar marcha atrás ante una alianza entre la OPEP y las grandes petroleras; por último, el regulador bursátil estadounidense no pudo adoptar medidas para evitar un colapso del mercado de capitales a corto plazo porque un miembro de su comité directivo relacionado con las finanzas se opuso a ellas. Por otra parte, también se forjan constantemente alianzas entre estos centros de poder, como las que vinculan a los gobiernos occidentales con sus «bancos sistémicos», a los que se garantiza la solvencia en caso de crisis grave ¡por tratarse de una cuestión de «interés público»!

21 – Sobre este punto, les remito a la polémica entre Adorno y Popper sobre el «método».

22 – Esto se pone de manifiesto a veces en algunas observaciones. Por ejemplo, en la nota 1, pp. 153-154, Nitzan-Buchler se refiere a la crítica de K. Polanyi a la caracterización de Marx de la fuerza de trabajo como mercancía. Para Polanyi, la fuerza de trabajo no es una mercancía porque no se produce específicamente para ser vendida en un mercado. Es sólo una mercancía virtual o una «cuasi-mercancía». He retomado esto para comprender la dinámica del capital, el desarrollo del Estado de bienestar, las rentas sociales, en resumen, la «sociedad de consumo»; y al mismo tiempo para denunciar lo absurdo de las «creencias» marxistas en una tendencia a la pauperización absoluta o en la ley de hierro de los salarios. Entonces, ¿qué dice esta nota? Que el argumento de Polanyi no se sostiene porque hoy muchos padres calculan la rentabilidad futura de sus hijos en el mercado de trabajo. Por supuesto, no podemos impedir que los padres piensen en esto, pero este argumento procede directamente de la modelización socioeconómica anglosajona, que reduce todo comportamiento sociológico a cálculos de interés económico. Esto es sólo un pequeño detalle, pero creo que es importante para entender el contexto en el que escribieron los autores, y su marco teórico. Pero no es lo más importante. Lo más importante, para mí en todo caso, es que son capaces en una frase de elevarse muy por encima de eso, por ejemplo afirmando que el proceso de capitalización es mucho más amplio y por tanto engloba el proceso de mercantilización. Estoy completamente de acuerdo con esta afirmación… que, de un plumazo, resuelve la cuestión de la verdadera caracterización de la fuerza de trabajo. El punto esencial es que la fuerza de trabajo ya está capitalizada; por lo tanto, no es necesario reducirla al nivel de otras mercancías, cuando, en general, lo que se capitaliza ya no es exactamente la fuerza de trabajo, sino los «recursos humanos».